lunes, 15 de diciembre de 2008

ALIVERTI

Resaltados algunos conceptos que se deberían tener en cuenta siempre.
Hace siete días, este espacio editorial se permitió el facilísimo pronóstico de predecir que, tras la suma de todos los balances que se harían a diestra y siniestra por los 25 años del retorno democrático, faltaría el de los grandes emporios periodísticos (que ya no son eso sino emporios de grandes negocios, simplemente) respecto de sí mismos. Hoy, con el resultado puesto, hay algo más fácil todavía. Es la constatación de que, otra vez, también faltó el arqueo de cómo jugó la sociedad argentina en estas dos décadas y media.
Los balances políticos siempre recaen, con exclusividad, en lo que se identifica como clase política. Con ortodoxia ideológica, cabría decir que el conjunto de funcionarios y legisladores de todo rango y lugar, señalados por el vulgo como “los políticos”, no es una clase en el sentido más puro del término. En todo caso serían una casta burocrática, que administra los intereses de quienes se adueñan de los medios de producción. Y además, si a los alcances de la palabra “política” se les da una acepción convencionalmente más amplia, que involucre a lo que se llamaría la capa dirigente, debe meterse allí a empresarios, sindicalistas, organizaciones profesionales, etc. Pero resulta que no se mete a ninguno de todos esos. En los balances sólo ingresa lo registrable como “los políticos”. Por algo será que quienes conducen el cotidiano de la sociedad, además de ellos (los grandes productores, los formadores de precios, los negociadores salariales, los defensores de sector), no forman parte de los balances. Y por algo será que lo que se denomina “la gente del común” tampoco figura. ¿Por qué será?
Se propone excluir de la indicación a las llamadas “clases populares”, que es el eufemismo para pobres, indigentes, marginados, marginales. La gente que vive con lo justo, o más bien con menos de lo justo o ni siquiera, para simplificar. ¿O acaso es ideológica e intelectualmente honesto pedirle repasos de su compromiso social a quien sólo puede tener como preocupación parar la olla todos los días? ¿Vamos a exigirles responsabilidad a los hijos de la indigencia educativa, a los analfabetos funcionales que garantizan la continuidad del sistema, a un pibe chorro? Claro que no, ¿no?. Los balances cabe pedírselos a quienes disponemos de las mínimas condiciones materiales para poder hacerlos. De modo que hablamos, básicamente, de la aún extendida clase media argentina. Y de ahí para arriba. Es de ella de quien hablan los medios cuando hablan de “la gente”. La gente no son los pobres en el argot de la biósfera mediática. La gente no son las villas, ni los cartoneros, ni los dados vuelta por el paco, ni los que esperan turnos seis meses para operarse en un hospital público, ni los laburantes en negro ni nada de eso. No, eso no es “la gente”. La gente viene a ser la destinataria de comprarse un cero kilómetro base en un plan de emergencia, la que sufre la inseguridad en las zonas Norte, la que cambia el celular a cada pelotudez que le agregan, la destinataria de algún plan de aliento turístico, la que putea en los mensajes telefónicos de la radio, la que sufre los retrasos en los vuelos, la que sale a la calle si le tocan el bolsillo en un corralito, la que se queja de los precios de los alquileres en la costa. Según los medios, eso es la gente. Y hasta podría deducirse que, por obra del imaginario que crean los medios, la otra gente también puede llegar a creerse que la gente es solamente esta otra.
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MARCA DE RADIO, sábado 13 de diciembre de 2008.

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